(El Economista, 27-02-2025) | Laboral
El número de personas que buscan su primer empleo ha disminuido un 18,3% en comparación con el año pasado, alcanzando el nivel más bajo para un cuarto trimestre desde 2007, cuando estalló la burbuja inmobiliaria. Aunque a simple vista podría parecer un dato positivo, en realidad pone de manifiesto un problema estructural de la economía española: su incapacidad para absorber toda la mano de obra disponible. Si en un contexto de crecimiento económico y mayor generación de empleo la cifra de nuevos demandantes de trabajo cae, significa que algo no está funcionando correctamente.
España se ha convertido en un caso lleno de contradicciones en materia laboral. A pesar de haber sido uno de los países europeos que más empleo ha generado en los últimos años, sigue liderando la tasa de desempleo en la Unión Europea. Al mismo tiempo, registra la menor tasa de vacantes en la zona euro, mientras muchas empresas aseguran tener dificultades para encontrar trabajadores.
Uno de los factores que explica esta paradoja es el comportamiento de las nuevas incorporaciones al mercado laboral. En teoría, cuando las perspectivas de empleo mejoran, más personas deberían animarse a buscar trabajo. Sin embargo, la falta de experiencia sigue siendo una barrera de entrada, por lo que durante los primeros meses de búsqueda estas personas se contabilizan como desempleadas. Algunos argumentan que, sin este grupo, el descenso del paro en los últimos años habría sido más pronunciado. No obstante, los datos sugieren que esta teoría es más un mito que una realidad, ya que la cifra de desempleados sin experiencia ha ido disminuyendo.
Si analizamos los datos de la Encuesta de Población Activa desde 2002, se observa que el número de nuevos demandantes de empleo no aumenta necesariamente con la mejora del mercado laboral, sino más bien al contrario. En épocas de expansión económica, como en los años previos al estallido de la crisis financiera, menos personas inactivas se animan a buscar empleo. En cambio, cuando las condiciones empeoran, más individuos deciden incorporarse al mercado laboral.
El problema es que, en tiempos de crisis, las dificultades para encontrar trabajo hacen que muchas de estas personas terminen engrosando las cifras del paro en lugar de conseguir un empleo. Esto afecta especialmente a los jóvenes menores de 25 años, quienes presentan la mayor tasa de desempleo y actualmente representan el 63,2% de los parados sin experiencia laboral.
Si bien este porcentaje es inferior al pico del 67,8% alcanzado en 2013, la reducción no se debe únicamente al envejecimiento de la población, sino que su magnitud sugiere que hay otros factores en juego. En el último año, la cifra de desempleados sin experiencia ha caído significativamente, pasando de 181.600 a 158.400 personas.
Aún más llamativo resulta el análisis de la evolución histórica. Aunque es lógico que los jóvenes retrasen su ingreso al mercado laboral debido a una mayor permanencia en el sistema educativo, entre 2002 y 2004 el porcentaje de nuevos demandantes de empleo era del 53%, diez puntos menos que en la actualidad.
Esto parece contradecir la idea generalizada de que los jóvenes prolongan su etapa formativa ante la falta de oportunidades laborales. Si esto fuera cierto, el número de nuevos buscadores de empleo debería haber caído durante la crisis y repuntado en la actual fase de crecimiento, pero los datos muestran lo contrario.
Un elemento clave en este fenómeno es la composición de género de estos desempleados. Al igual que ocurre con el paro general, las mujeres son mayoría entre quienes buscan su primer empleo. Sin embargo, la diferencia entre géneros se redujo significativamente tras la crisis financiera, a pesar de un ligero repunte durante la pandemia en 2020 y 2021.
Esto sugiere que la incorporación de la mujer al mercado laboral ha desempeñado un papel fundamental, no solo en el caso de las jóvenes que terminan sus estudios, sino también de aquellas que antes renunciaban a trabajar para dedicarse al cuidado de sus familias. Este proceso ha impulsado el crecimiento de la población activa en España durante las últimas décadas, pero en los últimos años ha perdido fuerza, en parte porque cada vez menos mujeres abandonan el empleo voluntariamente y su comportamiento se asemeja más al de los hombres. Otra cuestión distinta es si sus oportunidades son realmente equiparables.
Desde una perspectiva optimista, los datos pueden interpretarse como una señal de que, en un entorno económico más favorable, las personas que buscan su primer empleo lo encuentran con mayor facilidad y, por tanto, no pasan por el paro. Este escenario beneficiaría especialmente a jóvenes y mujeres. Sin embargo, esta conclusión choca con las crecientes quejas de las empresas sobre la escasez de mano de obra, lo que refleja un desajuste entre la oferta y la demanda en el mercado laboral español.